jueves, 3 de marzo de 2011

Intitulado


Me cuesta trabajo pensar en este momento, o en el mejor de los casos simplemente concentrarme.
El brillo del monitor me causa una extraña sensación similar a una leve migraña, aunque menos dolorosa, pero significativamente molesta. Es por ello que prefiero voltear a ver a otro lado, poniendo mi mente en blanco, mientras escribo.

Es una gran bendición el no requerir mirar el teclado de la computadora. Es uno de esos talentos adquiridos desde niño. Es increíble el número de bondades que puede uno adquirir, ateo inconfundible e incorruptible, en un colegio de monjas dispuestas a todo en nombre de dios.

En fin, este breviario me ha resultado inevitable. He estado sin escribir un buen rato. Y por supuesto, no me refiero a la acción humana en sí, sino al ejercicio intelectual introspectivo de sacar las cosas por medio de palabras, como pensando en voz alta, así, a gritos tecladazos, sutilmente suaves y mecánicos pero sórdidamente humanos por pensamientos y palabrería difusa de un ser con una fuerte necesidad de gritar y llorar.

Esto en sí no se trata de decir la cosa exacta que le molesta. Uno no tiene que asincerarse con uno mismo, especialmente cuando sabe que estas palabras llegarán a ojos innominados, y tentativamente extraños. Por supuesto, me preocupan más los ojos conocidos. No quiero hablar de lo que yo sé, ni darle información a quienes no saben. Sólo quiero hablar para relajarme, aunque sea así, a un auditorio sordo pero con la vista de cien mil ciegos reunidos en un auditorio, un auditorio donde normalmente estoy yo solo.

Este es un día curioso. Estoy alegre de tener una lesión muscular. Es un consuelo médico del que se está sosteniendo mi existencia y por el que no he reventado aún. Mañana no sé. Hoy me alegra que me duela la pierna.

He estado pensando cosas terribles, verdaderamente terribles, sin punto de retorno, sin tiempo de reclamaciones. Simplemente terribles.

Estas cosas me hacen recordar que soy un existencialista, y por consiguiente siempre estoy triste.
A veces les hecho en cara a las monjas no haberme hecho entender a la fuerza las enseñanzas de la inercia y la imaginación. De verdad que las odio a veces. No las odio por ingenuas, sino por haber fracasado conmigo. De haberme hecho creer sería yo menos ácido, y tal vez, sólo tal vez, menos terrible. Al menos le tendría miedo a las cosas terribles y fantásticas, y no a las cosas terribles y reales.
En fin… mi estado mental es de miedo, y mi único consuelo es una lesión muscular, que al menos sé que es real porque me duele.

Tengo prohibido correr, pero no me importa. El dolor se ha vuelto bueno. El dolor físico al menos.

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