jueves, 2 de septiembre de 2010

¿Quién es aquí el traidor?

Autor: Luis Muñoz Oliveira
Ver original en Campus (Milenio)

Imaginen a un muchacho recién entrado en la veintena, que apenas sabe leer y usar las matemáticas para contar el cambio de los refrescos que se compra en la esquina. Un muchacho que, como muchos, se expresa mal con la palabra y peor con la pluma. Imaginen que le explica a su jefecita, una vez más, que él trató de terminar la secundaria y de buscar un trabajo digno, pero que ya se le terminó la paciencia de tomar trabajos de a “cincuenta varos”, ocho horas, nueve, ustedes dirán, que igual no le alcanza para nada, “no queda de otra, jefecita”.

Claro que le gustaría ser médico, sociólogo, dueño de una fábrica de muebles, “la neta, la neta, con que me alcanzara para que estuviéramos todos tranquilos. Pero no tengo ni pa’ los chescos. Y quién me ayuda: ¿tú, mi jefecita? Nel, ni tú ni nadie”.

Así que tomó el camino del narco. No trafica, esas son palabras mayores; él vende unas dosis, las que le piden los cuates, los clientes del barrio. Digamos que es distribuidor o, como dicen los que le declararon la guerra, narcomenudista.

Su madre, que lo intuye, no puede hacer nada, no le alcanza el coraje y tampoco para el gasto. Por eso se hace de la vista gorda y trata de sobrellevar —comiendo de las galletas que compra con el dinero que él le da cada semana— el corazón partido, las lágrimas, el miedo de irlo a reconocer al Semefo uno de estos días. Y es que su hijo es enemigo del Estado, uno más de los soldados de las huestes de los capos. Y en ese lenguaje, además, es un traidor a la patria en pleno año del Bicentenario.
Un traidor, pero el changarrito da de comer y abre la esperanza. En fin señores, señoras: todo espacio es pequeño para describir cómo ha de sentirse ese muchacho que quiso salir adelante y sólo vio rumbo por el camino de la discordia.

Hace 200 años comenzó la lucha por darnos leyes, eso es la libertad. Darnos leyes que establecieran que todos los mexicanos somos iguales. El independentista era un proyecto libertario, humanista, el camino para fundar una sociedad menos desigual, sin diferencias de casta. Cayeron muchos en la sangrienta historia de nuestra tierra. Y, sin embargo, hoy que le debemos rendir cuentas a nuestra historia, por así decir, nos topamos con que el país sigue plenamente dividido entre aquellos que quieren imponer su visión del mundo y quienes luchamos por una sociedad que reconozca, acepte y defienda sus diferencias. Y en medio de la pugna, las diferencias sociales se ensanchan, crece el número de pobres y la educación que, como sabemos, es fuente de justicia, posibilidad de movilidad,  se pudre en manos de viejas costumbres. Y el sistema educativo no sólo publica millones de libros de texto con faltas de ortografía, sino que además colabora —digamos que por omisión— con el deterioro de la salud de los niños y permite que tengan a su alcance los productos de grandes empresas que presionan a las secretarías de Salud y de Educación sin pudor.

La industria petrolera, cuyos recursos podrían usarse para mejorar la educación y la investigación científica y en humanidades, se derrumba en manos de hampones también de viejas costumbres.
Y podemos seguir: los ríos están contaminados, los hoteleros destruyen los manglares y los taladores, los bosques; la Ciudad de México, ahogada una tercera parte del año bajo fuertes lluvias, se queda sin agua. El campo se seca y deja de ser productivo, crece la xenofobia, la economía sigue estancada y, sobre todas las cosas, la violencia nos agobia, nos encierra, nos atemoriza.

En medio de esta debacle, sin embargo, en lugar de detenerse a revisar el camino, el gobierno federal prepara una gran fiesta con bailes, fuegos de artificio y un tema musical que merece una mención especial: desnuda por completo la idea de celebración que tienen en la cabeza, el Bicentenario como mundial, como producto. No necesitamos un tema oficial y menos de ese calibre: “shalala, el futuro es milenario”. ¿Por qué? si en realidad se nos cae a pedazos. No necesitamos la mayor fiesta del mundo: tapar con ostentación la pobreza es el recurso de siempre, ya lo decía Vasconcelos en el Ulises criollo, grandes monumentos y pocas escuelas. Mucho shalalala y pocas oportunidades; sí, el futuro es milenario, pero no el de tu generación.

Después de estas pocas palabras, si imaginamos de nuevo al muchacho narcomenudista —deberíamos comenzar a pensar en una amnistía para los de abajo— y lo comparamos con aquellos de las celebraciones onerosas, las corruptelas, la permisividad,  vale preguntarnos: ¿quién es aquí el traidor?

¿Él? Yo creo que no.

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