jueves, 8 de octubre de 2009

El fugaz idilio de Lili y Bowie



Lili camina por la calle rumbo a la tienda. Tiene sed y va dilusidando si comprar una coca cola o una de esas pepsis nuevas que tienen cafeína. Le han dicho que son buenas y quiere saber si de verdad quitan el sueño. Hace demasiado calor para un café, y en las ciudades calurosas del norte no existe una cultura tan arraigada del café. Hay quienes creen que tiene que ver con la poca lluvia, pero ciertamente nadie lo sabe.

Por la ventana se asoma un gato blanco, de unos curiosos botines cafés. Parece aún muy joven, pero con esos animales nunca se sabe, porque a veces son adultos pequeños, o simplemente flacos. Se queda contemplando a cada una de las personas que pasan frente a su ventana. Lili pasa y le devuelve la mirada. Liliana no es particularmente una amante de los gatos, pero este le parece simpático, un gato de aparador, así que se detiene a verlo por un momento, a ver que es uno de estos gatos raros que tiene un ojo verde y el otro un poco más claro, casi azul. Decide llamarlo "Bowie", y en el momento en que ella lo piensa, el gato se para y empieza a caminar por la cornisa interior de la ventana.

Lili toca el vidrio. El gato se frota con los barrotes de la ventana, con el vidrio. Se acaricia simulando el contacto imposible por una frontera transparente, pero lo suficientemente permeable a la sensación de la fantasía del tacto. Bowie maúlla levemente, en un tono que le dice a Lili cuán joven es, y por un momento se detiene a pensar si los gatos viven tanto como los perros, si sus años equivalen también a siete años humanos. Se detiene a preguntarse, mientras sigue simulando una caricia sólo posible con manos de vidrio, y dedos de metal, y un corazón que pudiera abrirse como ventana. Una caricia imposible.

Lili decide no comprar nada. Puede vivir sin cafeína por lo menos un par de horas más. Ha pasado más tiempo del estimado y tiene cosas que hacer, así que decide volver a casa. Al entrar ve su pecera multicolores, y decide alimentar a los peces (pescados). Toca el vidrio pero ninguno de esos animalillos le responde. Sólo comen y defecan. Piensa ahora que tal vez los peces son los animales más estúpidos del mundo. Debería comprarme un gato, piensa. Entra a la regadera, mientras va lamiéndose la mano, y se contonea. Y cierra su ventana.

2 comentarios:

LM dijo...

me gustó harto...

TonatzinH dijo...

Me encanto... yo jamás había tenido el placer de cuidar tan cercanamente a un gato.

Saludos Noctis.