martes, 20 de octubre de 2009

El país de la estupidez



Erase un país muy muy muy lejano, gobernado por terribles duendes barbados y una oz de acero oxidado, pero con el mango chapado en oro.

Los duendes gobernaban a un pueblo de enanos muy alegres, increíblemente fuertes y constantes para el trabajo, especialmente las mujeres, que eran particularmente hermosas.

Los enanos se dedicaban principalmente a la minería, algunos otros a la pesca, otros al comercio, y todo parecía ser una sociedad saludable. A los enanos les agradaban los duendes que los gobernaban, porque siempre tenían algo que decir ante toda situación, y durante casi 200 años habían gobernado con aparente destreza y dedicación.

Cierto día, cuando el cumpleaños número 200 de aquella nación se acercaba, los duendes decidieron confrontar viejos problemas, que habían traído pobreza y hambre a gran parte del pueblo de los enanos, quienes a pesar de todo conservaban su buen humor ante la tragedia. Entonces pensaron en hacer trabajar más a los enanos, porque sería una buena idea que fueran más productivos, y que pagaran más impuesto al gobierno de los duendes, porque ellos eran tan buenos administradores que sabrían manejar mejor el dinero que los enanos, y así repartir mejor la riqueza.

Al sexto mes del alza de los impuestos los enanos comenzaron a pensar que algo andaba mal, a abrir los ojos. Se dieron cuenta que aquellos duendes que tan bien parecían haber administrado la riqueza de su pueblo, en realidad lo desperdigaban dándoselo a las actividades menos productivas, jamás invirtiendo en las minas, ni el comercio, ni la pesca, ni la educación del pueblo que serviría a combatir la pobreza, y además de forma residual tomaban mayores partes de esos impuestos para beneficio propio, a forma de salario, y otros gastos tontos.

Los duendes no eran malvados, aunque sí un poco estúpidos, pero su situación era tan beneficiosa que se negaban a renunciar a ella. Eran demasiado ciegos para ver más allá de su comodidad, y su mundo se limitaba al control de su televisor. Además trataron tanto de combatir a la pobreza, que dejaron de preocuparse en el crecimiento de la nación enana, que siempre había sido noble, alegre, e incluso a veces demasiado fiestera.

Pero lo peor vino después. Cuando la nación enana estuvo quebrada, los duendes tuvieron que vender lo que quedaba a la nación vecina de los gnomos... y al poco tiempo olvidaron su lengua, su alegría, y hasta el nombre de su nación enana que siempre se negó a ver con ojos más críticos.

Me llamo Noctis, y no soy tan bajito como parezco.

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