Déjame verte más de cerca,
y saberte como no perfecta,
ver los pliegos de tus labios
y dulce aroma de tu pelo.
Escuchar los rayos de luz
que iluminan tu rostro,
para que cuando la luz se apague
sea la luz de mi memoria.
Déjame tocarte
y sentir el invisible vello de tu piel,
saber que el agua está serena,
y serle indiferente a la ceguera,
y ver en la sombra vientos
que juegan a ser tu cabello.
Déjame verte sonreír,
y detener el tiempo con los ojos,
mientras mi sangre se colapsa
y hasta ese momento,
dejarme, atreverme, pervertirme,
en mi impaciente ambición
de sumergirme en tu mirada
que el sol siempre imita en los ocasos.
4 de diciembre de 2001
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